domingo, 26 de enero de 2020

La casa que necesito

Vengo de una familia conservadora, donde viví con mis padres en un sólo sitio hasta los veintiún años, cuando de repente y sin demasiado aviso decidí irme a vivir a Canadá.

     Foto: Octubre 2010. Casa de mis padres. San Fernando, Cádiz, España.


     Foto: Abril 2011. Chalet de Fitch Bay, QC, Canada.

Desde entonces por cuestiones financieras (favorables para nuestra economía) nos hemos mudado una media de una vez por año. Eso sumado a que hemos estado yendo a España aproximadamente cada seis meses y que algún que otro año pasamos algunos meses allí (desfavorable para nuestra economía), nos hemos cambiado de casa muchas veces.


Tener tantas mudanzas, hacer la maleta tantas veces y vivir en tantas casas me ha hecho una experta en desplazamientos (experta premium en viajes con bebés y niños), me ha convertido en una apasionada de las casas y me ha hecho darme cuenta de lo necesario de verdad.


En todas las casas hay algo que te gusta y algo que no, siempre. No hay casa perfecta para tí a menos que la hayas construido a medida, pero con el tiempo te das cuenta de qué es lo imprescindible para ti. Por ejemplo para mí es imprescindible una casa con mucha luz natural y ver arboles por las ventanas, sobre todo en la cocina. Que sea acogedora. No me importa demasiado si tiene bañera o no, si es un bungalow, un duplex o si el suelo es madera o terrazo (aunque seguro que lo tendría en cuenta según la ubicación de la casa).

Foto: 2012. Duplex en Stanstead, QC.

Después de la muerte de mi suegro pensé que necesitabamos una casa muy grande. Teníamos muchas cosas y necesitabamos mucho espacio, pero... ¿era el espacio para mí o para mis cosas?

Decidí que me desharía de todo aquello que no me llevaría en un container a España en caso de hacer la mudanza transoceánica definitiva.


Separé lo que me hacía sonreir de lo que no y vendí lo que no quería al precio que fuese. Había cosas que incluso detestaba pero guardaba porque quizás valiese dinero, aunque para mí no valiese nada. ¿Sabíais que estar rodeados de cosas que no tienen valor para nosotros nos hacen sentirnos como si estuvieramos rodeados de basura? Reducen nuestro espacio y no nos dejan ver aquellas cosas que sí nos parecen interesantes, bonitas o nos traen buenos recuerdos, o sea de aquellas cosas que sí nos hacen felices.

Poco a poco, día a día, respondiendo muchísimas preguntas de algunos que sólo curioseaban (demasiados) pude vender todo lo que sobraba hasta que mi casa empezó a parecer un hogar.

Ahora sí me siento cómoda en nuestro primer unifamiliar en Canadá desde que somos cuatro y me gusta. Tiene muchas ventanas aunque en invierno no haya mucha luz, está bien proporcionada, tiene chimenea (de gas), techo para el coche, un sótano enorme, dos baños, uno con bañera y el otro con una ducha (muy vieja, pero sirve). Se podría decir que es la casa perfecta para nosotros ahora mismo.


     Foto: Primavera 2019.Ayer's Cliff, Quebec, Canadá.

A pesar de estar en una casa que parece perfecta para nosotros no puedo quitarme de la cabeza una casa que fue decisiva en mi vida para comprender lo que quiero y dónde lo quiero.

En 2014 acababamos de vender la casa gigante (Fitch Bay) que mi marido había heredado de mi suegro (y que tanto miedo de daba estar allí en soledad) y decidimos (en realidad lo decidí yo), comprar un piso en España porque la burbuja acababa de empezar a llenarse otra vez y era un buenísimo momento. Transferimos el dinero (perdiendo un buen pedazo) y nos compramos un pisito muy soleado y con vistas despejadas en la ciudad de nuestras mamás.

     Foto: 2015. Piso en Duque de Arcos, San Fernando, Cádiz.

La casa no tenía dos baños, ni bañera.  Mi cocina daba a un patio interior donde se oían los dramas de todos los vecinos, que por cierto tenían mucho tiempo libre para discutir y cotillear.




Estaba muy bien distribuído. Lo habíamos reformado por completo pero sin tocar la estructura ya que las paredes eran de hormigón armado, lo cual me propiciaba mucha seguridad. Paredes de perlita, suelo nuevo y puertas recicladas. El salón era muy luminoso, con grandes ventanales y vistas despejadas.



Me encantaban esas cosas pero lo mejor era sentirme libre. Allí podía ir yo sola a inscribir a mi hijo al colegio, me enteraba charlando con mi familia o amigos sobre fiestas del pueblo y no necesitaba un coche, ni ayuda de nadie para ir a comprar cada día.  Tenía una rutina diaria que me hacía salir, relacionarme, informarme, abastecerme y alimentarme. Bueno lo del alimento... a medias. Una ciudad sin trabajo y donde lo hubiese, con salarios ridículos.

 

Lo más interesante fue que allí nació mi hija y fue el primer hogar de los cuatro, donde más fiestas de cumpleaños he celebrado, donde más veces he visto a mis padres y a mis hijos juntos y donde más feliz he sido, aunque solo hubiese durado hasta que lo vendimos en 2016. Me sentía libre de salir sola o acompañada, de llamar a alguien, de dejar a mis hijos con alguien mientras yo recordaba cómo se sentía ser joven.

La casa perfecta para mí, es aquella que no te oprime ni te encierra. Aquella que no te esclaviza. Aquella en la que puedes disfrutar de sus adentros y sus afueras. Aquella en la que puedas invitar a la gente que quieres ver.

Una casa que me haga sentir libre, pero de la que no me quiera ir nunca.

3 comentarios:

  1. El hogar no son las paredes,sino lo que alberga dentro de ella. Momentos y sentimientos vividos es lo que hace de las paredes un hogar.😉😗

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    1. Totalmente de acuerdo, muchas gracias por comentar mi blog. Un beso :)

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  2. Los momentos y sentimientos vividos es lo que hace de las paredes un hogar.

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