Cena con los niños

Tienes niños pequeños, te invitan a cenar, te lo piensas... y al final dices que sí porque quieres tener una velada agradable y charlar de algo que nada tenga que ver con la maternidad, pero en la cena tus hijos serán los únicos niños pequeños y sabes que todo puede ser un desastre, tendrás que llevarles la comida y levantarte de la silla inumerables veces aunque tu educación te pida a gritos que permanezcas sentada hasta que todos terminen de cenar. Tu bebé llora, lo coges en brazos, intentas comer mientras él intenta comerse también tu comida... se hace popó, vas a cambiarlo... vuelves y ya todo el mundo ha acabado y tú apenas te has comido la mitad del plato.

Así es la vida de los padres al principio. Es dura pero muy bonita. Es cansada pero nunca aburrida. Es intensa pero extremadamente tierna. Es escuchar alagos y ver sonrisas allí adonde vayas con ellos. Es conocer de verdad a tus amigos y sacar su mejor y su peor cara con los niños.

Ir a cenar con los niños es un riesgo que quizás quieras o no correr, pero a veces se portan misteriosamente bien... juegan tranquilos, hacen reir a todo el mundo, comen como deben y se quedan dormiditos para dejarte charlar... y beber... y charlar... porque te lo mereces. Cuando eso ocurra tendras ganas de ir al baño a llorar de alegría. La gente te felicitará por tener unos angelitos tan buenos y cuando vuelvas a casa estarás tan contenta que incluso tendrás ganas de divertirte un rato con tu marido. Porque así es la vida de los padres al principio... tan difícil y tan hermosa... tan cansada y tan reconfortante... tan inesperada... tan extrema... tan increíble...