No sé cuándo
fue que el rumbo de mi vida cambio para encontrarme en este momento, quizás
pensé muy negativamente, quizás no hice nada bien, quizás todo sea mala suerte
o quizás he estado rezándole al dios equivocado. Quizás no he aprendido aún la
lección, o quizás nada de lo anterior porque lo en la vida sean realmente una
serie de casualidades que me niego a creer. Porque me niego a pensar que nada
tiene sentido, ya que sin propósito, todos estamos perdidos.
Por fin voy a cumplir mis tan esperados treinta años, aquellos con los que llevo soñando desde que era pequeña, completamente convencida que estaría trabajando en un puesto alto en una buena empresa de animación o videojuegos, pero no. Vivo en canada, trabajo de limpiadora y tengo dos maravillosos hijos que no busqué pero a los que quise desde que supe que los tenía adentro. Pero nada de esto hace referencia a la mala situación que estoy viviendo aunque son datos que aportan.
En enero nos dieron el diagnostico de que mi hijo mayor, con 5 años, es autista, pero eso tampoco es lo peor que me ha pasado en la vida, ya que es un niño maravilloso que convierte cada día en un reto y a mí siempre me han gustado los retos.
Mi mala situación se debe a que hace unos días diagnosticaron a mi padre con cáncer de riñón y de colon. Para colmo me dieron la noticia dos días después de que se muriera mi perro, al que había dejado en España con mi cuñado porque era epiléptico y no podía traérmelo a Canadá. Algunos dirán “es solo un perro” pero para mí fue mi hijo de prácticas, mi primera responsabilidad, mi pequeño consentido, mi amigo.
Aun encontrándome en el duelo de la muerte de mi perro recibo la noticia de lo que le pasa a mi padre y en lugar de apoyarme en mi marido para consolarme le digo que lo quiero dejar y que me voy a España, porque aunque no se lo decía en mis adentros me quemaba la culpabilidad de pensar que el cáncer de mi padre lo había provocado yo por haberme ido de su lado y haberle quitado a sus preciados nietos.
Dolor y más dolor, culpa y más culpa.
Yo ya conocía lo que es el cáncer porque mi madre lo sufrió en 2012 y entonces fui a España a cuidarla porque era lo que tenía que hacer y lo que me salía del alma. Acababa de llegar a Canadá y ya me tenía que volver. Gracias a aquello me motivé muchísimo a aprender qué alimentos combaten el cáncer.
Por fin voy a cumplir mis tan esperados treinta años, aquellos con los que llevo soñando desde que era pequeña, completamente convencida que estaría trabajando en un puesto alto en una buena empresa de animación o videojuegos, pero no. Vivo en canada, trabajo de limpiadora y tengo dos maravillosos hijos que no busqué pero a los que quise desde que supe que los tenía adentro. Pero nada de esto hace referencia a la mala situación que estoy viviendo aunque son datos que aportan.
En enero nos dieron el diagnostico de que mi hijo mayor, con 5 años, es autista, pero eso tampoco es lo peor que me ha pasado en la vida, ya que es un niño maravilloso que convierte cada día en un reto y a mí siempre me han gustado los retos.
Mi mala situación se debe a que hace unos días diagnosticaron a mi padre con cáncer de riñón y de colon. Para colmo me dieron la noticia dos días después de que se muriera mi perro, al que había dejado en España con mi cuñado porque era epiléptico y no podía traérmelo a Canadá. Algunos dirán “es solo un perro” pero para mí fue mi hijo de prácticas, mi primera responsabilidad, mi pequeño consentido, mi amigo.
Aun encontrándome en el duelo de la muerte de mi perro recibo la noticia de lo que le pasa a mi padre y en lugar de apoyarme en mi marido para consolarme le digo que lo quiero dejar y que me voy a España, porque aunque no se lo decía en mis adentros me quemaba la culpabilidad de pensar que el cáncer de mi padre lo había provocado yo por haberme ido de su lado y haberle quitado a sus preciados nietos.
Dolor y más dolor, culpa y más culpa.
Yo ya conocía lo que es el cáncer porque mi madre lo sufrió en 2012 y entonces fui a España a cuidarla porque era lo que tenía que hacer y lo que me salía del alma. Acababa de llegar a Canadá y ya me tenía que volver. Gracias a aquello me motivé muchísimo a aprender qué alimentos combaten el cáncer.
Ahora quiero
ir a ver a mi padre, a decirle lo que debe comer para aumentar sus
probabilidades, a estar con él el mayor tiempo posible por lo que pueda
pasar... pero tengo un piso recién vendido que debe estar vacío en dos meses,
dos hijos, uno de ellos con autismo y en pleno tratamiento de osteoterapia y
neuropsicología que lo están ayudando como nunca nadie nos ha ayudado antes. Y
yo negándome a ser feliz en Canadá porque sé cuánto están sufriendo mis padres
de no tenernos a su lado. Otra razón más para sentirme culpable, como si no
tuviera ya unas cuantas.
Me vine a
Canadá hace ya ocho años con la esperanza de conseguir dinero suficiente y
poder cambiar a mis padres de su piso en una cuarta planta sin ascensor.
Inocente yo, que no sabía lo difícil que es ganar dinero para sobrevivir y la
de años que se tarda en pagar una casa, por muchas ilusiones que tengas.
Así que aquí
estoy, ocho años después de haberme ido, pensando que cuando más necesito
volver tengo vientos y mareas en contra. Viendo que nada es nunca como a uno le
gustaría y entendiendo que jamás supe valorar los buenos momentos mientras los
estaba viviendo, porque uno siempre piensa que las cosas pueden ir mejor, pero
no disfruta el presente pensando que quizás sea el mejor momento que vayas a
vivir en un largo tiempo, o que quizás sean tus últimos momentos con alguien, o
que quizás simplemente… sean tus últimos momentos.
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